REPSOL Y EL AUTOABASTECIMIENTO ENERGÉTICO
Guillermo Almeyra
Primero, los
hechos. Repsol no es España sino una multinacional petrolera con capitales
españoles minoritarios, pues la mayoría está en manos de capitalistas de otros
países, que –con la participación de la mexicana Pemex– abarcan más de 51 por
ciento de las acciones. Además, es tan poco española que evade impuestos en
España y está registrada en paraísos fiscales. Pero los aullidos del gobierno
de Madrid (y de la Unión Europea), así como la reacción de todos los
capitalistas (y de Calderón y los candidatos del PAN y del PRI, que quieren
privatizar Pemex), demuestran que se identifican con los monopolios y el
capital financiero y no toleran medidas legales que consideran chavistas.
Ese griterío es
un reflejo preventivo. En efecto, todas las empresas (de servicios o bancarias)
con mayoría de capitales españoles en Argentina no sólo aportan muchas más
ganancias que sus casas matrices ibéricas sino que logran estas superganancias
porque depredan y no invierten en el país ni renuevan el material desde hace
décadas, cuando el peronismo menemista privatizó todas las empresas de interés
nacional vendiéndolas por casi nada. Argentina ya estatizó Aerolíneas
Argentinas, que había sido destruida por Iberia y por el grupo Marsans, y exige
ahora de las empresas telefónica y de electricidad un servicio eficiente que
éstas se niegan a dar pues prefieren mandar sus ganancias a España en vez de
reinvertirlas. De ahí que, viendo lo de YPF, pongan sus barbas en remojo.
El gobierno de
Cristina Fernández no fue picado por ningún tábano nacionalista. La misma
presidenta, cuando era senadora en los años 90, presentó un proyecto de ley
para privatizar el petróleo. Ella y su marido aprobaron la política
privatizadora de Menem, el ingreso de Repsol en YPF y la peligrosa
fragmentación del control nacional del petróleo, que pasó a manos de las
provincias extractoras. Además, durante muchos años el kirchnerismo no dijo
nada sobre el carácter depredador de la empresa petrolera privada; es más, lo
reforzó permitiendo que un grupo de sus amigos capitalistas –el grupo Petersen
(de la familia Eskenazy)–, sin poner un peso propio comprase un importante
paquete de acciones con crédito público y, hasta el año pasado, Cristina
Fernández de Kirchner anduvo del brazo con Repsol.
La presidenta
que regala a la depredadora gran minería estadunidense-canadiense los recursos
andinos y permite a cuatro monopolios soyeros trasnacionales poner en riesgo
suelos y agua y amenazar los cultivos alimenticios, y que concede una base en
el Chaco a Estados Unidos, no es, precisamente, un modelo de nacionalismo. Si
ahora se viste de blanco y celeste y se pone el bonete frigio, tanto en el caso
de las Malvinas como en el de YPF, es por el agravamiento de los efectos de la
crisis mundial sobre la economía dependiente argentina y por la necesidad de
responder a la creciente agitación social (el año pasado hubo más
movilizaciones y paros que en 2001).
Entendámonos:
las Malvinas son argentinas y el reclamo es legítimo. Lo ilegítimo es que una
causa justa sea utilizada para tapar y poner en segundo plano la imposibilidad
de mantener los subsidios a los servicios y la canasta básica, de resolver el
desastre del sistema ferroviario o de hacer aceptar el intento de congelar
virtualmente los salarios al proponer un tope de aumento por debajo de la
inflación real.
YPF, por
supuesto, debe ser un instrumento para el desarrollo nacional, nunca debió ser
privatizada como lo fue con los gobiernos peronistas de Menem y de Néstor y
Cristina Kirchner. Si ahora ésta expropia las acciones de Repsol y construye
una empresa privada con control del Estado es porque la factura de la
importación energética llegó a ser casi igual al excedente argentino en la
balanza comercial y continuaba creciendo, ya que Repsol no exploraba ni
explotaba nuevos yacimientos ni reinvertía sus enormes ganancias.
Repsol sigue siendo una empresa
mixta, ahora con mayoría de capital estatal y todavía con participación
importante de capitalistas privados. No ha sido convertida en empresa estatal
ni desprivatizada, como sugiere tanto la prensa española como la argentina. La acción, aunque tardía, parcial e insuficiente, es
necesaria y debe ser apoyada. Sin embargo, para que YPF funcione
bien hay que tener los capitales necesarios para explorar y explotar nuevos
yacimientos de gas y de petróleo, hay que tener los técnicos y las técnicas que
potencien la producción y la refinación, porque la relativa mejoría económica
en los últimos años hizo crecer el consumo domiciliario y las necesidades
energéticas. El autoabastecimiento energético no se logrará en un día. Además,
Argentina tiene reservas petroleras pero cuya extracción es muy costosa, y
dañina para el ambiente, y además sus necesidades serán cada vez mayores
Otras son,
pues, las soluciones. En primer lugar, Repsol causó daños por acción u omisión.
No hay que pagarle nada, ni los 10 mil millones de dólares que pretende ni los
que podría pagar el gobierno. Ese dinero debería volcarse a la exploración y
explotación petrolera recurriendo a los conocimientos y capacidades de todos
los petroleros expulsados por la privatización de YPF. Al mismo tiempo
Argentina debería buscar una integración energética con el resto de los países
latinoamericanos, compensando con la cooperación industrial las diferencias que
puedan existir en las cuentas de importación-exportación de combustibles y
establecer el control de cambios y el monopolio del comercio exterior para no dejar
a éste en manos de las grandes empresas extranjeras y para evitar la fuga de
capitales, El patrioterismo es el argumento de los canallas para engañar
imbéciles. Que los siervos en España del gran capital lo esgriman para ocultar
su crisis y la desocupación. En Argentina, por el contrario, el consenso
necesario para anular las contramedidas del gran capital se debe lograr
diciendo la verdad y actuando con firmeza.